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8 sept 2011

viaje a rusia

El zumbido de los motores aderezado por el incomprensible anuncio de la azafata en
un  crepitar  eléctrico  en  inglés  con  fuerte  acento  eslavo  me  sacó  de  mi  sopor.  No
puedo  conciliar  el  sueño  en  los  aviones.  Supuse  que  el  comandante  iniciaba  la
maniobra  de  acercamiento  a  nuestro  destino  final,  el  mugriento  aeropuerto  de
Polkovo en San Petersburgo.

Sorteando  a  mi  voluminoso  vecino  de  asiento  a  mi  derecha,  eché  una  ojeada  al
paisaje. Desde luego la primavera no había llegado a pesar de estar ya a mediados
de abril. Los prados estaban arrasados por las heladas y todo tenía un aspecto gris y
a  medio  descongelar,  acorde  con  la  población  y  el  sentimiento  de  una  nación
envilecida por sus gobernantes desde hace siglos.

A mi izquierda sonreía tímidamente una mujer de mediana edad, con un cabello rojo
caoba entretejido de pelo cano mal peinado y unos ojos increíblemente verdes. Por
cortesía intercambiamos unas pocas palabras en ruso, no hablaba otro idioma.

Después  de  unos  cuantos  botes  sobre  la  bacheada  pista,  nos  dirigimos  al  vetusto
edificio  de  la  terminal.  Engancharon  el  finger  y  lentamente  desembarcamos
despidiéndonos  de  la  tripulación,  todos  muy  jóvenes,  mal  pagados  y  aún  así
sonrientes y atentos.

Todos  los  pasajeros,  nacionales  y  extranjeros  pasábamos  un  estricto  control  de
pasaportes. La cola avanzaba lentamente en un silencio abrumador. El semblante de
los viajeros era serio, triste, resignado y en mi caso, expectante.

Llegado mi turno, un militar de fonteras tomó mi pasaporte sin devolver mi saludo, y
ceñudo, paseó su mirada por todas las hojas rellenas o no de mi pasaporte. Se tomó
su tiempo a la vez que levantaba su vista a menudo para comprobar mi reacción.
Parecía  un  duelo  de  miradas.  Yo  me  mostraba  impertérrito,  como  un  jugador  de
poker con un full de figuras pensándome un descarte.

Cerró  el  pasaporte  y  lo  depositó  delante  de  él.  Descolgó  el  teléfono  y  habló
cortamente en un tono monocorde. Levanté las cejas y él pareció no advertirlo. Yo
no  estaba  inquieto  y  eso  pareció  molestarle.  Al  momento  vi  que  se  acercaban  a
nosotros un par de policías con un uniforme diferente. Hablaron quedamente y me
miraron de arriba abajo. Se dirigieron a mí en ruso. Al poner cara de interrogación,
en un inglés escaso pero inteligible me solicitaron que les acompañara. Pregunté si
había  algún  problema  con  mi  pasaporte.  Se  limitaron  a  repetir,  en  un  tono  más
apremiante, que les acompañara.

Dejando allí mi pasaporte y mi equipaje, les seguí, receloso por la exigencia y tan
pocas  explicaciones.  Giramos  hacia  un  pasillo  con  piso  de  linóleo  y  abrieron  una
puerta anodina, sin marcas exteriores. Entramos los tres y me señalaron otra puerta
que abrió uno de ellos. Entré mansamente y me senté en una silla. La decoración
resultaba minimalista incluso para un interiorista espartano. Cerraron la puerta y me
dejaron allí sumido en mis pensamientos.

Pasaron  unos  minutos  y  se  abrió  la  puerta  con  cuidado.  Asomó  un  ángel  con
uniforme que me miraba como se mira a un animal exótico en un recinto cerrado.
Medía  más  de  1.85,  bellísima.  Me  habló  en  ruso  pero  con  un  tono  almibarado  y quedo. Se quitó la gorra de plato de un diámetro considerable dejando a la vista un
moño  apretado  de  cabello  rubio  pálido  y  al  ponerse  de  lado  pude  comprobar  su
busto enorme. A buen seguro desbordaría el robusto sujetador que debía contener
aquella marea de generosidad mamaria.

Seguía  hablando  en  ese  idioma  que  suena  como  una  cascada  de  agua  chocando
contra las piedras y se hacía preguntas que se contestaba ella misma. Sus intensos
ojos  de  un  azul  eléctrico  hipnotizante  me  escudriñaban  y  andaba  a  mi  alrededor
mientras empezó a jugar con los botones de su guerrera mientras yo estaba ahora
sí, nervioso y empezaba a traspirar. 

Finalmente  apoyó  sus  manos  sobre  mis  hombros  y  acercó  su  boca  a  mi  oido.  Me
susurró palabras y me besó el cuello, a la vez que sus manos encontraron un hueco
en mi ropa y acariciaba mi pecho sin vello.

Estaba tan tenso que no pude moverme. Sacó sus manos y detrás de mí oí el suave
roce de la ropa al salir de su cuerpo. Quise volverme y me recriminó como un perrito
que ha hecho algo malo. Oí caer uno y el otro zapato. Dejó en el suelo su cinturón
con cuidado y por último sus pantalones. Ahora sí se volvió hacia mí. Llevaba su ropa
interior únicamente.

El  espectáculo  era  prodigioso.  Se  había  soltado  el  pelo.  Una  mujer  preciosa,  un
cuerpo para el deleite y el placer. Me levantó y me desvistió poco a poco. Descalza
me sobrepasaba en cerca de 10 cms. Las mujeres más altas que yo, me intimidan,
especialmente si vestían como aquella el glorioso uniforme del ejército rojo.

Tuvo  dificultades  para  desabrocharme  el  pantalón,  porque  mi  erección  le  impedía
maniobrar  alrededor  de  los  botones  y  la  cremallera.  Se  mordió  el  labio  y  cuando
finalmente lo logró, quedó complacida con lo que pudo comprobar. Mi polla estaba
en  su  máxima  erección  y  solicitaba  caricias.  Ella  rió,  acercó  su  boquita  y  besó  el
glande  mientras  murmuraba  calificativos  que  entendí  eran  cariñosos  por  el  tono
infantil que empleaba. Se quitó el sujetador y me lancé a besar sus enormes tetas,
hasta que unos pezones acordes al tamaño de lo que los rodeaban se endurecieron y
tomaron un aspecto de un chupete -¡increíble!- pensé.

Cambió a un lenguaje más vehemente y efectuó una maniobra para tumbarme sobre
la mesa metálica, dí un respingo, estaba fría de verdad. Me puso la mano sobre el
pecho  y  acometió  una  mamada  profunda  y  vigorosa  que  me  hizo  agarrarme  a  los
bordes de la mesa. Quise separarme porque sentía la necesidad de eyacular. Ella me
miró un instante y la emprendió con más brío, deseaba que me vaciara en su boca,
así  que  la  complací.  Dí  varios  golpes  de  riñón  y  ella  se  ocupó  de  que  no  se
desperdiciara ni una gota del proteínico líquido. Lamió y lamió hasta hartarse de mi
leche. 

Ahora  sonreía  yo  mientras  recuperaba  mi  posición  erguida  y  mi  respiración.  La
abracé y la besé, mi mano derecha buscaba su sexo, la braguita estaba chorreando
literalmente y cuando quise esquivarla, ella con un suave movimiento de sus caderas
poderosísimas se la quitó. Pude ver un pubis rubio recortadito, abierto y rosado muy
clarito. Tenía que probarlo, me dije. La dirigí suavemente a mi posición y yo me situé
de pié, situé sus muslos sontra mis hombros y se abrió como una flor al sol de la mañana. Literalmente me relamí y besé todo su sexo antes de dedicarle un delicado
paseo  con  la  punta  de  mi  lengua.  Inmediatamente  noté  cómo  se  estremecía  y
gimoteaba.  Me  concentré  en  su  punto  del  placer  y  ahora  casi  lloraba  mientras
recitaba letanías eslavas. Introduje dos dedos y exploré su cavidad, estaba mojada al
extremo. Mientras sondeaba con mis dedos, apliqué de nuevo mi lengua y noté su
orgasmo, intenso y liberador. Se incorporó y nuestras lenguas batallaron cada una en
la boca del otro. Se Bajó de la mesa, y formando un triángulo con sus largas piernas,
apoyó sus antebrazos en la mesa, ahora ya caldeada y me ofreció su coño ansioso
por recibirme. Sus enormes pechos rozaban el metal y se endurecieron de nuevo. La
embestí sin previo aviso y rugió como una pantera enjaulada. Empecé muy despacio,
haciendo que sintiera cómo entraba y salía de ella. Temblaba como si una corriente
eléctrica la estuviera  traspasando. Hablaba  ahora  atropelladamente y creo que me
insultaba, me miró y tenía un gesto de malas pulgas evidente. Así que contraataqué
bombeando de nuevo con mi polla mientras introducía mis dos dedos pulgares en su
culito  y  pugnaba  por  agrandar  su  pequeño  círculo  de  placer.  Incrementé  el  ritmo
paulatinamente. Estábamos en una situación de no retorno, ella soplaba, gruñía, se
movía  acompasada  a  mi  ritmo.  Yo  respiraba  a  bocanadas  e  incrementaba  las
embestidas a petición de mi diosa eslava. Escuché un grito gutural y profundo en el
preciso momento en que me vacié dentro de ella y por unos momentos, me sentí
transportado a un paraíso del placer. Se ha comparado con una montaña rusa, yo
creo que es más como ascender al edén en un ascensor con vista panorámica.

Su espalda brillaba de sudor y las nalgas firmes y redondas como un melocotón me
pedían que las probara. Me retiré y mordisquee despacio ese trasero mientras ella
reía  y  se  preguntaba  qué  estaba  haciendo  su  tarado  amante.  Después  de  una
concienzuda exploración, dí un paso atrás y ella se incorporó, giró sobre sí misma y
me  miró  con  ojos  felices,  yo  agradecido  y  sonriente,  la  contemplé,  espectacular,
maravillosa, sensual y sexual.

Estiré mi mano y acaricié su mejilla, ella la tomó entre las suyas y besó el dorso. Se
emocionó  mientras  hablaba  atropellada  y  quedamente,  paseando  la  vista  por  las
paredes  y  el  suelo,  apenas  mirándome  a  los  ojos.  Se  vistió  en  un  minuto  y  salió,
dejando la puerta entreabierta. Al asomarme, pude comprobar que mi pasaporte y
mi equipaje estaban junto a la puerta, aparentemente intactos. 

Sacudí la cabeza y agradecí en voz baja la hospitalidad de la gran nación rusa y de la
oficialidad femenina del ejército.


Florián
Septiembre 2011



 

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