El zumbido de los motores aderezado por el incomprensible anuncio de la azafata en
un crepitar eléctrico en inglés con fuerte acento eslavo me sacó de mi sopor. No
puedo conciliar el sueño en los aviones. Supuse que el comandante iniciaba la
maniobra de acercamiento a nuestro destino final, el mugriento aeropuerto de
Polkovo en San Petersburgo.
Sorteando a mi voluminoso vecino de asiento a mi derecha, eché una ojeada al
paisaje. Desde luego la primavera no había llegado a pesar de estar ya a mediados
de abril. Los prados estaban arrasados por las heladas y todo tenía un aspecto gris y
a medio descongelar, acorde con la población y el sentimiento de una nación
envilecida por sus gobernantes desde hace siglos.
A mi izquierda sonreía tímidamente una mujer de mediana edad, con un cabello rojo
caoba entretejido de pelo cano mal peinado y unos ojos increíblemente verdes. Por
cortesía intercambiamos unas pocas palabras en ruso, no hablaba otro idioma.
Después de unos cuantos botes sobre la bacheada pista, nos dirigimos al vetusto
edificio de la terminal. Engancharon el finger y lentamente desembarcamos
despidiéndonos de la tripulación, todos muy jóvenes, mal pagados y aún así
sonrientes y atentos.
Todos los pasajeros, nacionales y extranjeros pasábamos un estricto control de
pasaportes. La cola avanzaba lentamente en un silencio abrumador. El semblante de
los viajeros era serio, triste, resignado y en mi caso, expectante.
Llegado mi turno, un militar de fonteras tomó mi pasaporte sin devolver mi saludo, y
ceñudo, paseó su mirada por todas las hojas rellenas o no de mi pasaporte. Se tomó
su tiempo a la vez que levantaba su vista a menudo para comprobar mi reacción.
Parecía un duelo de miradas. Yo me mostraba impertérrito, como un jugador de
poker con un full de figuras pensándome un descarte.
Cerró el pasaporte y lo depositó delante de él. Descolgó el teléfono y habló
cortamente en un tono monocorde. Levanté las cejas y él pareció no advertirlo. Yo
no estaba inquieto y eso pareció molestarle. Al momento vi que se acercaban a
nosotros un par de policías con un uniforme diferente. Hablaron quedamente y me
miraron de arriba abajo. Se dirigieron a mí en ruso. Al poner cara de interrogación,
en un inglés escaso pero inteligible me solicitaron que les acompañara. Pregunté si
había algún problema con mi pasaporte. Se limitaron a repetir, en un tono más
apremiante, que les acompañara.
Dejando allí mi pasaporte y mi equipaje, les seguí, receloso por la exigencia y tan
pocas explicaciones. Giramos hacia un pasillo con piso de linóleo y abrieron una
puerta anodina, sin marcas exteriores. Entramos los tres y me señalaron otra puerta
que abrió uno de ellos. Entré mansamente y me senté en una silla. La decoración
resultaba minimalista incluso para un interiorista espartano. Cerraron la puerta y me
dejaron allí sumido en mis pensamientos.
Pasaron unos minutos y se abrió la puerta con cuidado. Asomó un ángel con
uniforme que me miraba como se mira a un animal exótico en un recinto cerrado.
Medía más de 1.85, bellísima. Me habló en ruso pero con un tono almibarado y quedo. Se quitó la gorra de plato de un diámetro considerable dejando a la vista un
moño apretado de cabello rubio pálido y al ponerse de lado pude comprobar su
busto enorme. A buen seguro desbordaría el robusto sujetador que debía contener
aquella marea de generosidad mamaria.
Seguía hablando en ese idioma que suena como una cascada de agua chocando
contra las piedras y se hacía preguntas que se contestaba ella misma. Sus intensos
ojos de un azul eléctrico hipnotizante me escudriñaban y andaba a mi alrededor
mientras empezó a jugar con los botones de su guerrera mientras yo estaba ahora
sí, nervioso y empezaba a traspirar.
Finalmente apoyó sus manos sobre mis hombros y acercó su boca a mi oido. Me
susurró palabras y me besó el cuello, a la vez que sus manos encontraron un hueco
en mi ropa y acariciaba mi pecho sin vello.
Estaba tan tenso que no pude moverme. Sacó sus manos y detrás de mí oí el suave
roce de la ropa al salir de su cuerpo. Quise volverme y me recriminó como un perrito
que ha hecho algo malo. Oí caer uno y el otro zapato. Dejó en el suelo su cinturón
con cuidado y por último sus pantalones. Ahora sí se volvió hacia mí. Llevaba su ropa
interior únicamente.
El espectáculo era prodigioso. Se había soltado el pelo. Una mujer preciosa, un
cuerpo para el deleite y el placer. Me levantó y me desvistió poco a poco. Descalza
me sobrepasaba en cerca de 10 cms. Las mujeres más altas que yo, me intimidan,
especialmente si vestían como aquella el glorioso uniforme del ejército rojo.
Tuvo dificultades para desabrocharme el pantalón, porque mi erección le impedía
maniobrar alrededor de los botones y la cremallera. Se mordió el labio y cuando
finalmente lo logró, quedó complacida con lo que pudo comprobar. Mi polla estaba
en su máxima erección y solicitaba caricias. Ella rió, acercó su boquita y besó el
glande mientras murmuraba calificativos que entendí eran cariñosos por el tono
infantil que empleaba. Se quitó el sujetador y me lancé a besar sus enormes tetas,
hasta que unos pezones acordes al tamaño de lo que los rodeaban se endurecieron y
tomaron un aspecto de un chupete -¡increíble!- pensé.
Cambió a un lenguaje más vehemente y efectuó una maniobra para tumbarme sobre
la mesa metálica, dí un respingo, estaba fría de verdad. Me puso la mano sobre el
pecho y acometió una mamada profunda y vigorosa que me hizo agarrarme a los
bordes de la mesa. Quise separarme porque sentía la necesidad de eyacular. Ella me
miró un instante y la emprendió con más brío, deseaba que me vaciara en su boca,
así que la complací. Dí varios golpes de riñón y ella se ocupó de que no se
desperdiciara ni una gota del proteínico líquido. Lamió y lamió hasta hartarse de mi
leche.
Ahora sonreía yo mientras recuperaba mi posición erguida y mi respiración. La
abracé y la besé, mi mano derecha buscaba su sexo, la braguita estaba chorreando
literalmente y cuando quise esquivarla, ella con un suave movimiento de sus caderas
poderosísimas se la quitó. Pude ver un pubis rubio recortadito, abierto y rosado muy
clarito. Tenía que probarlo, me dije. La dirigí suavemente a mi posición y yo me situé
de pié, situé sus muslos sontra mis hombros y se abrió como una flor al sol de la mañana. Literalmente me relamí y besé todo su sexo antes de dedicarle un delicado
paseo con la punta de mi lengua. Inmediatamente noté cómo se estremecía y
gimoteaba. Me concentré en su punto del placer y ahora casi lloraba mientras
recitaba letanías eslavas. Introduje dos dedos y exploré su cavidad, estaba mojada al
extremo. Mientras sondeaba con mis dedos, apliqué de nuevo mi lengua y noté su
orgasmo, intenso y liberador. Se incorporó y nuestras lenguas batallaron cada una en
la boca del otro. Se Bajó de la mesa, y formando un triángulo con sus largas piernas,
apoyó sus antebrazos en la mesa, ahora ya caldeada y me ofreció su coño ansioso
por recibirme. Sus enormes pechos rozaban el metal y se endurecieron de nuevo. La
embestí sin previo aviso y rugió como una pantera enjaulada. Empecé muy despacio,
haciendo que sintiera cómo entraba y salía de ella. Temblaba como si una corriente
eléctrica la estuviera traspasando. Hablaba ahora atropelladamente y creo que me
insultaba, me miró y tenía un gesto de malas pulgas evidente. Así que contraataqué
bombeando de nuevo con mi polla mientras introducía mis dos dedos pulgares en su
culito y pugnaba por agrandar su pequeño círculo de placer. Incrementé el ritmo
paulatinamente. Estábamos en una situación de no retorno, ella soplaba, gruñía, se
movía acompasada a mi ritmo. Yo respiraba a bocanadas e incrementaba las
embestidas a petición de mi diosa eslava. Escuché un grito gutural y profundo en el
preciso momento en que me vacié dentro de ella y por unos momentos, me sentí
transportado a un paraíso del placer. Se ha comparado con una montaña rusa, yo
creo que es más como ascender al edén en un ascensor con vista panorámica.
Su espalda brillaba de sudor y las nalgas firmes y redondas como un melocotón me
pedían que las probara. Me retiré y mordisquee despacio ese trasero mientras ella
reía y se preguntaba qué estaba haciendo su tarado amante. Después de una
concienzuda exploración, dí un paso atrás y ella se incorporó, giró sobre sí misma y
me miró con ojos felices, yo agradecido y sonriente, la contemplé, espectacular,
maravillosa, sensual y sexual.
Estiré mi mano y acaricié su mejilla, ella la tomó entre las suyas y besó el dorso. Se
emocionó mientras hablaba atropellada y quedamente, paseando la vista por las
paredes y el suelo, apenas mirándome a los ojos. Se vistió en un minuto y salió,
dejando la puerta entreabierta. Al asomarme, pude comprobar que mi pasaporte y
mi equipaje estaban junto a la puerta, aparentemente intactos.
Sacudí la cabeza y agradecí en voz baja la hospitalidad de la gran nación rusa y de la
oficialidad femenina del ejército.
Florián
Septiembre 2011
un crepitar eléctrico en inglés con fuerte acento eslavo me sacó de mi sopor. No
puedo conciliar el sueño en los aviones. Supuse que el comandante iniciaba la
maniobra de acercamiento a nuestro destino final, el mugriento aeropuerto de
Polkovo en San Petersburgo.
Sorteando a mi voluminoso vecino de asiento a mi derecha, eché una ojeada al
paisaje. Desde luego la primavera no había llegado a pesar de estar ya a mediados
de abril. Los prados estaban arrasados por las heladas y todo tenía un aspecto gris y
a medio descongelar, acorde con la población y el sentimiento de una nación
envilecida por sus gobernantes desde hace siglos.
A mi izquierda sonreía tímidamente una mujer de mediana edad, con un cabello rojo
caoba entretejido de pelo cano mal peinado y unos ojos increíblemente verdes. Por
cortesía intercambiamos unas pocas palabras en ruso, no hablaba otro idioma.
Después de unos cuantos botes sobre la bacheada pista, nos dirigimos al vetusto
edificio de la terminal. Engancharon el finger y lentamente desembarcamos
despidiéndonos de la tripulación, todos muy jóvenes, mal pagados y aún así
sonrientes y atentos.
Todos los pasajeros, nacionales y extranjeros pasábamos un estricto control de
pasaportes. La cola avanzaba lentamente en un silencio abrumador. El semblante de
los viajeros era serio, triste, resignado y en mi caso, expectante.
Llegado mi turno, un militar de fonteras tomó mi pasaporte sin devolver mi saludo, y
ceñudo, paseó su mirada por todas las hojas rellenas o no de mi pasaporte. Se tomó
su tiempo a la vez que levantaba su vista a menudo para comprobar mi reacción.
Parecía un duelo de miradas. Yo me mostraba impertérrito, como un jugador de
poker con un full de figuras pensándome un descarte.
Cerró el pasaporte y lo depositó delante de él. Descolgó el teléfono y habló
cortamente en un tono monocorde. Levanté las cejas y él pareció no advertirlo. Yo
no estaba inquieto y eso pareció molestarle. Al momento vi que se acercaban a
nosotros un par de policías con un uniforme diferente. Hablaron quedamente y me
miraron de arriba abajo. Se dirigieron a mí en ruso. Al poner cara de interrogación,
en un inglés escaso pero inteligible me solicitaron que les acompañara. Pregunté si
había algún problema con mi pasaporte. Se limitaron a repetir, en un tono más
apremiante, que les acompañara.
Dejando allí mi pasaporte y mi equipaje, les seguí, receloso por la exigencia y tan
pocas explicaciones. Giramos hacia un pasillo con piso de linóleo y abrieron una
puerta anodina, sin marcas exteriores. Entramos los tres y me señalaron otra puerta
que abrió uno de ellos. Entré mansamente y me senté en una silla. La decoración
resultaba minimalista incluso para un interiorista espartano. Cerraron la puerta y me
dejaron allí sumido en mis pensamientos.
Pasaron unos minutos y se abrió la puerta con cuidado. Asomó un ángel con
uniforme que me miraba como se mira a un animal exótico en un recinto cerrado.
Medía más de 1.85, bellísima. Me habló en ruso pero con un tono almibarado y quedo. Se quitó la gorra de plato de un diámetro considerable dejando a la vista un
moño apretado de cabello rubio pálido y al ponerse de lado pude comprobar su
busto enorme. A buen seguro desbordaría el robusto sujetador que debía contener
aquella marea de generosidad mamaria.
Seguía hablando en ese idioma que suena como una cascada de agua chocando
contra las piedras y se hacía preguntas que se contestaba ella misma. Sus intensos
ojos de un azul eléctrico hipnotizante me escudriñaban y andaba a mi alrededor
mientras empezó a jugar con los botones de su guerrera mientras yo estaba ahora
sí, nervioso y empezaba a traspirar.
Finalmente apoyó sus manos sobre mis hombros y acercó su boca a mi oido. Me
susurró palabras y me besó el cuello, a la vez que sus manos encontraron un hueco
en mi ropa y acariciaba mi pecho sin vello.
Estaba tan tenso que no pude moverme. Sacó sus manos y detrás de mí oí el suave
roce de la ropa al salir de su cuerpo. Quise volverme y me recriminó como un perrito
que ha hecho algo malo. Oí caer uno y el otro zapato. Dejó en el suelo su cinturón
con cuidado y por último sus pantalones. Ahora sí se volvió hacia mí. Llevaba su ropa
interior únicamente.
El espectáculo era prodigioso. Se había soltado el pelo. Una mujer preciosa, un
cuerpo para el deleite y el placer. Me levantó y me desvistió poco a poco. Descalza
me sobrepasaba en cerca de 10 cms. Las mujeres más altas que yo, me intimidan,
especialmente si vestían como aquella el glorioso uniforme del ejército rojo.
Tuvo dificultades para desabrocharme el pantalón, porque mi erección le impedía
maniobrar alrededor de los botones y la cremallera. Se mordió el labio y cuando
finalmente lo logró, quedó complacida con lo que pudo comprobar. Mi polla estaba
en su máxima erección y solicitaba caricias. Ella rió, acercó su boquita y besó el
glande mientras murmuraba calificativos que entendí eran cariñosos por el tono
infantil que empleaba. Se quitó el sujetador y me lancé a besar sus enormes tetas,
hasta que unos pezones acordes al tamaño de lo que los rodeaban se endurecieron y
tomaron un aspecto de un chupete -¡increíble!- pensé.
Cambió a un lenguaje más vehemente y efectuó una maniobra para tumbarme sobre
la mesa metálica, dí un respingo, estaba fría de verdad. Me puso la mano sobre el
pecho y acometió una mamada profunda y vigorosa que me hizo agarrarme a los
bordes de la mesa. Quise separarme porque sentía la necesidad de eyacular. Ella me
miró un instante y la emprendió con más brío, deseaba que me vaciara en su boca,
así que la complací. Dí varios golpes de riñón y ella se ocupó de que no se
desperdiciara ni una gota del proteínico líquido. Lamió y lamió hasta hartarse de mi
leche.
Ahora sonreía yo mientras recuperaba mi posición erguida y mi respiración. La
abracé y la besé, mi mano derecha buscaba su sexo, la braguita estaba chorreando
literalmente y cuando quise esquivarla, ella con un suave movimiento de sus caderas
poderosísimas se la quitó. Pude ver un pubis rubio recortadito, abierto y rosado muy
clarito. Tenía que probarlo, me dije. La dirigí suavemente a mi posición y yo me situé
de pié, situé sus muslos sontra mis hombros y se abrió como una flor al sol de la mañana. Literalmente me relamí y besé todo su sexo antes de dedicarle un delicado
paseo con la punta de mi lengua. Inmediatamente noté cómo se estremecía y
gimoteaba. Me concentré en su punto del placer y ahora casi lloraba mientras
recitaba letanías eslavas. Introduje dos dedos y exploré su cavidad, estaba mojada al
extremo. Mientras sondeaba con mis dedos, apliqué de nuevo mi lengua y noté su
orgasmo, intenso y liberador. Se incorporó y nuestras lenguas batallaron cada una en
la boca del otro. Se Bajó de la mesa, y formando un triángulo con sus largas piernas,
apoyó sus antebrazos en la mesa, ahora ya caldeada y me ofreció su coño ansioso
por recibirme. Sus enormes pechos rozaban el metal y se endurecieron de nuevo. La
embestí sin previo aviso y rugió como una pantera enjaulada. Empecé muy despacio,
haciendo que sintiera cómo entraba y salía de ella. Temblaba como si una corriente
eléctrica la estuviera traspasando. Hablaba ahora atropelladamente y creo que me
insultaba, me miró y tenía un gesto de malas pulgas evidente. Así que contraataqué
bombeando de nuevo con mi polla mientras introducía mis dos dedos pulgares en su
culito y pugnaba por agrandar su pequeño círculo de placer. Incrementé el ritmo
paulatinamente. Estábamos en una situación de no retorno, ella soplaba, gruñía, se
movía acompasada a mi ritmo. Yo respiraba a bocanadas e incrementaba las
embestidas a petición de mi diosa eslava. Escuché un grito gutural y profundo en el
preciso momento en que me vacié dentro de ella y por unos momentos, me sentí
transportado a un paraíso del placer. Se ha comparado con una montaña rusa, yo
creo que es más como ascender al edén en un ascensor con vista panorámica.
Su espalda brillaba de sudor y las nalgas firmes y redondas como un melocotón me
pedían que las probara. Me retiré y mordisquee despacio ese trasero mientras ella
reía y se preguntaba qué estaba haciendo su tarado amante. Después de una
concienzuda exploración, dí un paso atrás y ella se incorporó, giró sobre sí misma y
me miró con ojos felices, yo agradecido y sonriente, la contemplé, espectacular,
maravillosa, sensual y sexual.
Estiré mi mano y acaricié su mejilla, ella la tomó entre las suyas y besó el dorso. Se
emocionó mientras hablaba atropellada y quedamente, paseando la vista por las
paredes y el suelo, apenas mirándome a los ojos. Se vistió en un minuto y salió,
dejando la puerta entreabierta. Al asomarme, pude comprobar que mi pasaporte y
mi equipaje estaban junto a la puerta, aparentemente intactos.
Sacudí la cabeza y agradecí en voz baja la hospitalidad de la gran nación rusa y de la
oficialidad femenina del ejército.
Florián
Septiembre 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario