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25 ago 2011

Que placer ,por sorpresas


Se  fijó  en  el  pulsómetro,  147  pulsaciones,  seguía  un  ritmo  cómodo,  acompasado  con  la
respiración, el braceo, ni rígido ni demasiado suelto “como si sujetaras un huevo en cada mano,
sin romper la cáscara” le habían recomendado.

Recientemente había retomado la costumbre de salir a correr por las tardes. Tenía un circuito
habitual,  recorriendo  el  antiguo  cauce  del  río  Turia  desde  los  alrededores  del  edificio  de  la
Ópera hasta más allá de los jardines de Campanar y vuelta. 

Se cruzaba con decenas de corredores, muchas mujeres, desde las principiantes que trotaban
con ritmo irregular a auténticas gacelas a las que no era capaz de aguantar el ritmo. Mujeres
inalcanzables en el estricto sentido de la palabra.

Pensaba en cómo se ajustaba la ropa deportiva a la silueta femenina, muslos, caderas, trasero,
el pecho era la víctima, el sujetador deportivo arruinaba la forma del busto, prima la comodidad
a la estética.

Sin  darse  cuenta,  alcanzó  a  una  corredora  y  acompasó  la  zancada  hasta  situarse  uno  o  dos
pasos  detrás,  la  tomó  como  referencia  mientras  se  complacía  mirando  un  culo  rotundo  y
magnífico. Una coleta frondosa se movía rítmicamente barriendo su espalda. 

Distraído, apenas se dio cuenta de que la mujer deceleró de repente y chocó irremisiblemente
con  ella.  Los  roces,  algún  codazo  eran  habituales  entre  los  corredores,  pero  esto  fue  un
auténtico trompazo. Sintiéndose torpe, se disculpó mil veces, la ayudó a levantarse y al asirla
de los antebrazos y mirarla a los ojos, se quedó mudo por un momento. Ella sonrió, no le dio
importancia al incidente, su mirada, su gesto, su sonrisa intensa y sincera, le invitaban a seguir
la conversación.

Tras  sacudirse  el  polvo  del  suelo,  él,  tímidamente  le  rozó  las  caderas  con  la  escusa  de
limpiarlas, se presentaron y caminaron juntos, charlando animadamente. Para evitar una zona
embarrada, él la tomó del codo y la condujo con suavidad hacia una fuente. Se lavaron la cara
y  las  manos,  mientras  se  cedían  el  turno  ante  la  fuente,  se  rozaron.  A  ambos  les  agradó  la
sensación, inmediatamente, ella se dio la vuelta, quedando frente a él. Sus rostros a escasos
centímetros, la respiración entrecortada, ya no por el esfuerzo de la carrera, por una atracción
que había llegado como activada por un interruptor. 

El semblante ahora era serio, se sostenían las miradas, los brazos caídos a lo largo del cuerpo,
inertes, blandos, en contraste con las piernas que estaban apretando para afianzarse cada uno
sin moverse un ápice. El acercamiento fue lento y en un momento, se apoyaban los labios de
uno  con  los  del  otro.  Se  separaron  para  inmediatamente  juntarse  se  nuevo,  esta  vez,  se
exploraron  con  la  lengua,  entrelazaron  sus  manos,  se  abrazaron.  Las  manos  exploraban  los
hombros, bajaban a las caderas, subían hasta la nuca, se detenían en los glúteos. 

Estaba  cayendo  la  tarde,  pero  había  luz  todavía.  Los  pensamientos  se  atropellaban  en  sus
mentes, la mirada de ella le decía “tómame aquí y ahora” él asintió, la tomó de la mano y casi a
la carrera llegaron a los vestuarios de los campos de deporte. En la frágil intimidad volvieron a
besarse,  se  desvistieron,  se  acariciaron  y  ella,  flexible,  se  puso  en  cuclillas  frente  a  él  y  le
ofreció  una  mamada  que  le  elevó  a  los  cielos  de  inmediato.  Tenía  el  miembro  erecto  y
desafiante y ella lo miraba y se relamía. Con la ropa por los tobillos, ella apenas podía moverse,
pero pudo encaramarse a  la bancada y  de nuevo en cuclillas, le ofreció  un espectáculo para
goce  y  disfrute  de  su  amante.  Él  dirigió  su  polla  hacia  la  gruta  del  placer  que  le  esperaba
balanceándose mientras una voz trémula le urgía para que le penetrara. Lo hizo al momento y
ambos gimieron de satisfacción. Empujó y gracias a la lubricación se hundió sin resistencia, ella
rugió y exigió “dámelo, dámelo, dámelo” él se movió acompasadamente mientras se mojó dos
dedos y jugueteó alrededor y finalmente los introdujo en su culo. Escuchó un gruñido y ahora la
ensartaba por las dos vías. 

Los dos estaban en forma por la práctica de deporte y jadeaban casi al unísono hasta que él se
retiró y con una erección mantenida hasta el extremo, apuntó hacia el estrecho canal que había ampliado  con  sus  dedos.  Ella  dijo  con  una  voz  gutural  y  apenas  audible  que  la  metiera  y  lo
urgió con un “yaaaaaaaaaaaa” que se ahogó con la primera embestida. Con la mano izquierda
acariciaba su clítoris. Volvió a incrementar el ritmo hasta un vaivén frenético, gritaron y él notó
que se vaciaba, lo hizo en su culo, ella notó la inundación, que se desbordaba y goteó el suelo
mientras arqueaba la espalda y soltaba todo el aire de golpe.

Después de estar de espaldas un buen rato, y al retirarse él, todavía empalmado, ella se dio la
vuelta, le besó largamente y le propuso una ducha relajante, aprovechando los vestuarios. Se
acariciaron  de  nuevo  bajo  el  agua,  tiernas  caricias,  evitando  las  partes  íntimas  que  ahora
estaban  más  sensibles,  se  secaron  al  aire,  y  justo  al  acabar  de  vestirse,  llegó  el  empleado
municipal a cerrar la instalación. Le saludaron y salieron con las manos entrelazadas, trotando
ligeramente y con satisfacción por el esfuerzo realizado.


Florián
Agosto 2011

 

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