Se fijó en el pulsómetro, 147 pulsaciones, seguía un ritmo cómodo, acompasado con la
respiración, el braceo, ni rígido ni demasiado suelto “como si sujetaras un huevo en cada mano,
sin romper la cáscara” le habían recomendado.
Recientemente había retomado la costumbre de salir a correr por las tardes. Tenía un circuito
habitual, recorriendo el antiguo cauce del río Turia desde los alrededores del edificio de la
Ópera hasta más allá de los jardines de Campanar y vuelta.
Se cruzaba con decenas de corredores, muchas mujeres, desde las principiantes que trotaban
con ritmo irregular a auténticas gacelas a las que no era capaz de aguantar el ritmo. Mujeres
inalcanzables en el estricto sentido de la palabra.
Pensaba en cómo se ajustaba la ropa deportiva a la silueta femenina, muslos, caderas, trasero,
el pecho era la víctima, el sujetador deportivo arruinaba la forma del busto, prima la comodidad
a la estética.
Sin darse cuenta, alcanzó a una corredora y acompasó la zancada hasta situarse uno o dos
pasos detrás, la tomó como referencia mientras se complacía mirando un culo rotundo y
magnífico. Una coleta frondosa se movía rítmicamente barriendo su espalda.
Distraído, apenas se dio cuenta de que la mujer deceleró de repente y chocó irremisiblemente
con ella. Los roces, algún codazo eran habituales entre los corredores, pero esto fue un
auténtico trompazo. Sintiéndose torpe, se disculpó mil veces, la ayudó a levantarse y al asirla
de los antebrazos y mirarla a los ojos, se quedó mudo por un momento. Ella sonrió, no le dio
importancia al incidente, su mirada, su gesto, su sonrisa intensa y sincera, le invitaban a seguir
la conversación.
Tras sacudirse el polvo del suelo, él, tímidamente le rozó las caderas con la escusa de
limpiarlas, se presentaron y caminaron juntos, charlando animadamente. Para evitar una zona
embarrada, él la tomó del codo y la condujo con suavidad hacia una fuente. Se lavaron la cara
y las manos, mientras se cedían el turno ante la fuente, se rozaron. A ambos les agradó la
sensación, inmediatamente, ella se dio la vuelta, quedando frente a él. Sus rostros a escasos
centímetros, la respiración entrecortada, ya no por el esfuerzo de la carrera, por una atracción
que había llegado como activada por un interruptor.
El semblante ahora era serio, se sostenían las miradas, los brazos caídos a lo largo del cuerpo,
inertes, blandos, en contraste con las piernas que estaban apretando para afianzarse cada uno
sin moverse un ápice. El acercamiento fue lento y en un momento, se apoyaban los labios de
uno con los del otro. Se separaron para inmediatamente juntarse se nuevo, esta vez, se
exploraron con la lengua, entrelazaron sus manos, se abrazaron. Las manos exploraban los
hombros, bajaban a las caderas, subían hasta la nuca, se detenían en los glúteos.
Estaba cayendo la tarde, pero había luz todavía. Los pensamientos se atropellaban en sus
mentes, la mirada de ella le decía “tómame aquí y ahora” él asintió, la tomó de la mano y casi a
la carrera llegaron a los vestuarios de los campos de deporte. En la frágil intimidad volvieron a
besarse, se desvistieron, se acariciaron y ella, flexible, se puso en cuclillas frente a él y le
ofreció una mamada que le elevó a los cielos de inmediato. Tenía el miembro erecto y
desafiante y ella lo miraba y se relamía. Con la ropa por los tobillos, ella apenas podía moverse,
pero pudo encaramarse a la bancada y de nuevo en cuclillas, le ofreció un espectáculo para
goce y disfrute de su amante. Él dirigió su polla hacia la gruta del placer que le esperaba
balanceándose mientras una voz trémula le urgía para que le penetrara. Lo hizo al momento y
ambos gimieron de satisfacción. Empujó y gracias a la lubricación se hundió sin resistencia, ella
rugió y exigió “dámelo, dámelo, dámelo” él se movió acompasadamente mientras se mojó dos
dedos y jugueteó alrededor y finalmente los introdujo en su culo. Escuchó un gruñido y ahora la
ensartaba por las dos vías.
Los dos estaban en forma por la práctica de deporte y jadeaban casi al unísono hasta que él se
retiró y con una erección mantenida hasta el extremo, apuntó hacia el estrecho canal que había ampliado con sus dedos. Ella dijo con una voz gutural y apenas audible que la metiera y lo
urgió con un “yaaaaaaaaaaaa” que se ahogó con la primera embestida. Con la mano izquierda
acariciaba su clítoris. Volvió a incrementar el ritmo hasta un vaivén frenético, gritaron y él notó
que se vaciaba, lo hizo en su culo, ella notó la inundación, que se desbordaba y goteó el suelo
mientras arqueaba la espalda y soltaba todo el aire de golpe.
Después de estar de espaldas un buen rato, y al retirarse él, todavía empalmado, ella se dio la
vuelta, le besó largamente y le propuso una ducha relajante, aprovechando los vestuarios. Se
acariciaron de nuevo bajo el agua, tiernas caricias, evitando las partes íntimas que ahora
estaban más sensibles, se secaron al aire, y justo al acabar de vestirse, llegó el empleado
municipal a cerrar la instalación. Le saludaron y salieron con las manos entrelazadas, trotando
ligeramente y con satisfacción por el esfuerzo realizado.
Florián
Agosto 2011
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