La casa era enorme, con un montón de pasillos, accesos y habitaciones y era fácil
perderse. Sujetaba mi tercer gin tonic y todo el mundo parecía estar ligeramente
achispado. Las miradas tanto por parte de las mujeres como de los hombres, eran
algo impertinentes, pues había mucho descaro y siendo nochevieja, estábamos
vestidos con nuestras mejores galas, era exigencia del anfitrión.
Hacía un rato que había perdido de vista a las únicas dos personas a las que
conocía y los corrillos de conversación se habían ido deshaciendo, muchos habían
dejado la casa para marchar a locales de fiesta, los menos, se habían marchado a
casa. Siempre se dice que se quedan los mejores, en mi caso, los que no teníamos
otro sitio a donde ir.
Me fijé en una mujer vestida de negro con un vestido largo y ceñido que me
mostraba un magnífico y enorme trasero, pues estaba volcada sobre una mesita
escribiendo en un papelito. Se volvió y se lo entregó a un tipo con la pajarita
deshecha, con un tupé despeinado y que se tambaleaba en exceso. Con una
sonrisa algo forzada se despidió de él y me miró.
Yo sonreí y asentí, comprendiendo su llamada de ayuda. Le guié el ojo según me
acercaba y mientras su acompañante miraba sin comprender, la sujeté por el
brazo y me llevé entre muestras de adulación del tipo “cuánto tiempo sin verte…”
Gracias, me dijo. Le contesté que mi ocupación principal era salvar damas de las
garras de pesados bebidos. Rió mi gracia y nos presentamos formalmente. Llevaba
un peinado elaboradísimo sujeto por una diadema discreta. Sus labios relucían con
un rojo pasión, los ojos negros resaltaban en un maquillaje profesional y algo
excesivo.
Me miraba y sonreía de una manera que me tenía algo cohibido, pero poniendo su
mano sobre mi brazo y hablando quedamente, me invitó a otra copa. Fuimos hasta
el servicio de barra magníficamente surtido. Ella tomó un dedo de bourbon on the
rocks. Mientras hacía tintinear el hielo en su vaso, acercó su cara a mi cuello y me
susurró “me gustas”
La verdad es que yo tenía la mirada fija en el escote de su vestido donde se
asomaban unos grandes pechos que al momento acercó a mi torso y pude
comprobar su verdadera dimensión, mayor que el mero efecto visual.
“Vente conmigo” me dijo, y tomando mi mano, salió disparada del salón donde nos
encontrábamos, desde luego, conocía la casa, salimos a un extremo del jardín y
por una puerta de servicio, a la cocina y de ahí a una escalera estrecha. Ya en el
primer piso, avanzamos por un pasillo y abrió una puerta doble, pintada de blanco.
Cerró tras de mí, y al momento se abalanzó y me besó.
Se separó un momento, se descalzó y exhaló un sonido de alivio al arrojarlos lejos
de nosotros. En ese momento levanté la vista y miré el cuarto. Era un dormitorio
enorme y la cama tenía un ligero dosel de color blanco. Con timidez pregunté si no
era un exceso de confianza con el dueño de la casa. “Soy la dueña”, me contestó.
“¿Eres la mujer de Dani?”, pregunté. Sonrió y asintió, mientras se daba la vuelta y me pedía que le bajara la cremallera. Así lo hice. Un cuerpo entrado en carnes,
algo rollizo se ofreció ante mis ojos. Aún con la ropa interior negra puesta, empezó
a desnudarme, arrojando mi carísimo traje al suelo haciendo un guiñapo con él.
En cuanto me dejó totalmente desnudo, se arrodilló y con cierta ansiedad, se
metió mi polla en su boca. Le tuve que pedir que fuera más cuidadosa, ahora, más
calmada, sí que disfruté esa mamada. Lo hacía verdaderamente con maestría y le
indiqué que estaba a punto. Me miró y continuó con más ímpetu, por lo que
entendí que deseaba que me corriera en su boca. Al momento me vacié y ella,
glotona, no derramó ni una gota.
“Un buen comienzo”, pensé y enseguida, mientras se desprendía de sus bragas y
el sujetador de encaje, nos dejamos caer encima de la cama. Le pedí que se
pusiera a cuatro patas. Ante la vista de ese trasero increíble, me abrí paso y lamí
su culo al tiempo que mis dedos exploraban su coño chorreante.
En su espacioso hueco había sido capaz de introducir cuatro dedos y parte de la
palma de mi mano. Estaban empapados. Saqué la mano poco a poco y mientras
temblaba de placer, introduje dos dedos en su clavel fruncido, que enseguida se
convirtieron en tres. Noté cómo mi erección era ya plena, alineé y ejecuté un
movimiento rápido insertando mi poya en su dilatado trasero. Lanzó un rugido, un
insulto y me apremió a cabalgar. Sin piedad, castigaba una y otra vez el pequeño
agujero. Me rogaba que me corriera en su culo, pero no iba a ser tan
misericordioso. La saqué, me miraba con ojos lastimeros, tumbada ahora sobre su
espalda, mostraba un coño sonrosado y palpitante.
La penetré a un ritmo rápido y al momento estábamos los dos acoplados
moviéndonos a un ritmo frenético. Ya estábamos gimiendo y nuestros cuerpos se
perlaban de sudor cuando apretó sus piernas alrededor de mi cadera y dí dos
fuertes golpes de riñón, ahora sí, vaciándome dentro de ella. Los aullidos serían
claramente audibles desde el piso de abajo, pero no prestamos atención.
Inmediatamente saqué mi polla y la puse frente a su boca. Ella, obedientemente
lamió, limpió, degustó, paseando su lengua por mi escroto y lamiendo incluso mi
ano, quiso demostrar su sometimiento ante mí.
“Basta” dije secamente, hizo un amago de puchero infantil y se sentó en la cama,
expectante por complacer mis deseos. Con una media sonrisa, le expresé mi
agradecimiento. No dejó que me pusiera la ropa y como un ayuda de cámara hacia
un Príncipe, insistió en bañarme, secarme, vestirme, calzarme.
Bajó la mirada al suelo mientras le hablaba con un tono amable y quedo. “Ya sé
dónde vives, volveré”
Florián
Noviembre 2011
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