Vistas de página en total

13 nov 2011

Esa enorme casa


La casa era enorme, con un montón de pasillos, accesos y habitaciones y era fácil
perderse. Sujetaba mi tercer gin tonic y todo el mundo parecía estar ligeramente
achispado. Las miradas tanto por parte de las mujeres como de los hombres, eran
algo  impertinentes,  pues  había  mucho  descaro  y  siendo  nochevieja,  estábamos
vestidos con nuestras mejores galas, era exigencia del anfitrión.

Hacía  un  rato  que  había  perdido  de  vista  a  las  únicas  dos  personas  a  las  que
conocía y los corrillos de conversación se habían ido deshaciendo, muchos habían
dejado la casa para marchar a locales de fiesta, los menos, se habían marchado a
casa. Siempre se dice que se quedan los mejores, en mi caso, los que no teníamos
otro sitio a donde ir.

Me  fijé  en  una  mujer  vestida  de  negro  con  un  vestido  largo  y  ceñido  que  me
mostraba un magnífico y enorme trasero, pues estaba volcada sobre una mesita
escribiendo  en  un  papelito.  Se  volvió  y  se  lo  entregó  a  un  tipo  con  la  pajarita
deshecha,  con  un  tupé  despeinado  y  que  se  tambaleaba  en  exceso.  Con  una
sonrisa algo forzada se despidió de él y me miró.

Yo sonreí y asentí, comprendiendo su llamada de ayuda. Le guié el ojo según me
acercaba  y  mientras  su  acompañante  miraba  sin  comprender,  la  sujeté  por  el
brazo y me llevé entre muestras de adulación del tipo “cuánto tiempo sin verte…”

Gracias, me dijo. Le contesté que mi ocupación principal era salvar damas de las
garras de pesados bebidos. Rió mi gracia y nos presentamos formalmente. Llevaba
un peinado elaboradísimo sujeto por una diadema discreta. Sus labios relucían con
un  rojo  pasión,  los  ojos  negros  resaltaban  en  un  maquillaje  profesional  y  algo
excesivo.

Me miraba y sonreía de una manera que me tenía algo cohibido, pero poniendo su
mano sobre mi brazo y hablando quedamente, me invitó a otra copa. Fuimos hasta
el servicio de barra magníficamente surtido. Ella tomó un dedo de bourbon on the
rocks. Mientras hacía tintinear el hielo en su vaso, acercó su cara a mi cuello y me
susurró “me gustas”

La  verdad  es  que  yo  tenía  la  mirada  fija  en  el  escote  de  su  vestido  donde  se
asomaban  unos  grandes  pechos  que  al  momento  acercó  a  mi  torso  y  pude
comprobar su verdadera dimensión, mayor que el mero efecto visual.

“Vente conmigo” me dijo, y tomando mi mano, salió disparada del salón donde nos
encontrábamos, desde luego, conocía la casa, salimos a un extremo del jardín y
por una puerta de servicio, a la cocina y de ahí a una escalera estrecha. Ya en el
primer piso, avanzamos por un pasillo y abrió una puerta doble, pintada de blanco.
Cerró tras de mí, y al momento se abalanzó y me besó.

Se separó un momento, se descalzó y exhaló un sonido de alivio al arrojarlos lejos
de nosotros. En ese momento levanté la vista y miré el cuarto. Era un dormitorio
enorme y la cama tenía un ligero dosel de color blanco. Con timidez pregunté si no
era un exceso de confianza con el dueño de la casa. “Soy la dueña”, me contestó.
“¿Eres la mujer de Dani?”, pregunté. Sonrió y asintió, mientras se daba la vuelta y me pedía que le bajara la cremallera. Así lo hice. Un cuerpo entrado en carnes,
algo rollizo se ofreció ante mis ojos. Aún con la ropa interior negra puesta, empezó
a desnudarme, arrojando mi carísimo traje al suelo haciendo un guiñapo con él.

En  cuanto  me  dejó  totalmente  desnudo,  se  arrodilló  y  con  cierta  ansiedad,  se
metió mi polla en su boca. Le tuve que pedir que fuera más cuidadosa, ahora, más
calmada, sí que disfruté esa mamada. Lo hacía verdaderamente con maestría y le
indiqué  que  estaba  a  punto.  Me  miró  y  continuó  con  más  ímpetu,  por  lo  que
entendí  que  deseaba  que  me  corriera  en  su  boca.  Al  momento  me  vacié  y  ella,
glotona, no derramó ni una gota.

“Un buen comienzo”, pensé y enseguida, mientras se desprendía de sus bragas y
el  sujetador  de  encaje,  nos  dejamos  caer  encima  de  la  cama.  Le  pedí  que  se
pusiera a cuatro patas. Ante la vista de ese trasero increíble, me abrí paso y lamí
su culo al tiempo que mis dedos exploraban su coño chorreante.

En su espacioso hueco había sido capaz de introducir cuatro dedos y parte de la
palma de mi mano. Estaban empapados. Saqué la mano poco a poco y mientras
temblaba de placer, introduje dos dedos en su clavel fruncido, que enseguida se
convirtieron  en  tres.  Noté  cómo  mi  erección  era  ya  plena,  alineé  y  ejecuté  un
movimiento rápido insertando mi poya en su dilatado trasero. Lanzó un rugido, un
insulto y me apremió a cabalgar. Sin piedad, castigaba una y otra vez el pequeño
agujero.  Me  rogaba  que  me  corriera  en  su  culo,  pero  no  iba  a  ser  tan
misericordioso. La saqué, me miraba con ojos lastimeros, tumbada ahora sobre su
espalda, mostraba un coño sonrosado y palpitante.

La  penetré  a  un  ritmo  rápido  y  al  momento  estábamos  los  dos  acoplados
moviéndonos a un ritmo frenético. Ya estábamos gimiendo y nuestros cuerpos se
perlaban  de  sudor  cuando  apretó  sus  piernas  alrededor  de  mi  cadera  y  dí  dos
fuertes golpes de riñón, ahora sí, vaciándome dentro de ella. Los aullidos serían
claramente audibles desde el piso de abajo, pero no prestamos atención.

Inmediatamente saqué mi polla y la puse frente a su boca. Ella, obedientemente
lamió, limpió, degustó, paseando su lengua por mi escroto y lamiendo incluso mi
ano, quiso demostrar su sometimiento ante mí.

“Basta” dije secamente, hizo un amago de puchero infantil y se sentó en la cama,
expectante  por  complacer  mis  deseos.  Con  una  media  sonrisa,  le  expresé  mi
agradecimiento. No dejó que me pusiera la ropa y como un ayuda de cámara hacia
un Príncipe, insistió en bañarme, secarme, vestirme, calzarme.

Bajó la mirada al suelo mientras le hablaba con un tono amable y quedo. “Ya sé
dónde vives, volveré”

Florián


Noviembre 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario